MATERNIDAD SEGURA, INVERSIÓN PRESENTE Y FUTURA

Tener un hijo en algunos países en desarrollo de África o Asia continúa siendo uno de los riesgos más importantes para la salud de las mujeres y de los niños recién nacidos, que en no pocas ocasiones supone la muerte.
Así comienza el informe sobre el Estado Mundial de la Infancia 2009 publicado por UNICEF y que ha sido presentado en todo el mundo hace unos días. Este año está dedicado al estudio y al conocimiento de la salud materna y neonatal, analiza por qué en 25 países del mundo el riesgo que corren las mujeres para su vida y para la de sus hijos recién nacidos -durante el embarazo y el parto- es 300 veces superior al de cualquier país desarrollado, y propone medidas e intervenciones para revertir esta situación, así como para mejorar la salud de las madres y la de sus hijos.
En los países más pobres del mundo, donde se producen el 90% de las muertes maternas y el 95% de las de los recién nacidos, cada año medio millón de mujeres mueren debido a complicaciones relacionadas con el embarazo y el parto, y alrededor de tres millones de niños no sobreviven ni siquiera a la primera semana de vida. En Níger, Sierra Leona o India, la posibilidad de que una madre muera durante el embarazo o el parto es 1 de cada 7, mientras que en los países industrializados es 1 por cada 8.000. Un bebé nacido en estos países tiene 14 veces mas probabilidades de morir en los primeros 28 días de vida, que aquel que nace en un país industrializado.
Estas cifras muestran que no existe un índice de mortalidad más desigual en el mundo que el de mortalidad materna, dependiendo del país, comunidad o grupo social en el que se viva. Desigualdad que también nos indica que las causas que provocan la muerte o las enfermedades maternas y neonatales en los países más pobres ya han sido evitadas en otros lugares, son conocidas por tanto, y casi siempre prevenibles, por lo que es una tragedia innecesaria.
Complicaciones obstétricas, hemorragias, infecciones, anemia, paludismo, la deficiencia de yodo o el VIH son las causas más comunes que contribuyen a aumentar el peligro para la salud y supervivencia de las madres. Infecciones infantiles como la neumonía, el tétanos, la diarrea, los partos prematuros o la asfixia provocan asimismo la mayor parte de las muertes de los bebes recién nacidos.
Para evitarlas, UNICEF propone llevar a cabo, de forma urgente, intervenciones que contemplen la atención continuada para las madres y niños pequeños y mejoren la prestación de los servicios de salud. Promocionar la planificación familiar; generalizar las visitas prenatales que facilitan de manera considerable la información a las mujeres embarazadas y pueden asimismo prevenir o detectar enfermedades infecciosas; incrementar el número de partos con asistencia de personal especializado, que pueda brindar cuidados especiales en caso de emergencia para la madre y el recién nacido; y ampliar el cuidado de las madres y los bebés en las semanas posteriores al parto, son medidas de eficacia comprobada, con costos relativamente bajos pero con un impacto positivo inmediato, que beneficiarían al mismo tiempo a las madres y a sus hijos y que cada año permitirían salvar la vida a 500.000 mujeres y a los casi cuatro millones de recién nacidos que no sobreviven a su primer mes.
Sin embargo, existe además otra serie de factores en el ámbito familiar, comunitario y social, que no dependen exclusivamente de la prestación de los servicios de salud y que son claves para la supervivencia de los recién nacidos y de sus madres. La discriminación que sufren las mujeres y las niñas a lo largo de su vida, la falta de educación, las prácticas higiénicas inadecuadas, una alimentación deficiente, la violencia, el matrimonio infantil con la consecuencia de embarazos prematuros, la ablación, la escasa atención de los hombres a las madres y recién nacidos, y la poca participación de la propias mujeres en las decisiones que afectan a su propia vida y a la de sus hijos, son barreras sociales, económicas y culturales, difícilmente salvables, que pasan de una generación a otra, perpetúan la desigualdad e impiden un entorno en el que tener un hijo sea algo natural y un motivo de alegría y no uno de los momentos de más temor en la vida de una mujer.
Si, tras la aprobación de los Objetivos de Desarrollo del Milenio en el año 2000, estamos de acuerdo en evaluar el progreso humano y el desarrollo social a través de indicadores que miden principalmente el bienestar de la infancia y de la mujer, estaremos de acuerdo en que es necesario mejorar la salud materna e infantil desde un punto de vista integral, basado en los derechos humanos, aplicando los conocimientos, los recursos y el compromiso político para obtener resultados concretos.

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